miércoles, 16 de julio de 2014

Consejos para mirar el mundial

FASE DE GRUPOS


Previa

Vas a estar alejada del fútbol porque el fútbol no te interesa. No vas a conocer los nombres de más de la mitad de los jugadores, a menos que hayan jugado en el mundial anterior o que se hayan destacado en algún escándalo digno de Intrusos a causa de sus relaciones amorosas con chicas mediáticas. Ni siquiera te vas a preguntar cómo fue que te desentendiste tanto de la selección nacional, por qué no viste las eliminatorias, en qué momento te volviste tan ausente. Igual, para tomar contacto, vas a hacer una torta de chocolate con decoración de confites celestes y blancos para tus sobrinos y para los hijos de tus amigas. 


Primer partido

No vas a ver completo el primer partido, vas a seguir el primer tiempo por Twitter y el segundo por televisión. Una muestra chiquita de nervios, como un recuerdo que se desentumece, te va a empezar a pinchar la zona abdominal. Argentina va a ganar con un gol de un desconocido y un gol del mejor jugador del mundo. El mejor. Vas a sentir alivio cuando el mejor marque su gol, porque sos compasiva, querés que el chico se quite un poco de presión, el chico tiene toda la presión del mundo encima. El cantito de cancha típico, el alentador, el vamos, vamos, habrá perdido protagonismo, reemplazado por otro mucho más bardero, tirado en contra del rival histórico. Te va a gustar porque va a ser muy contagioso, basado en una canción muy popular de rock norteamericano, pero no te vas a subir a la euforia de cantarla hasta mucho después. Como lectura mundialista vas a elegir crónicas literarias, vas a pensar que las columnas de periodistas deportivos son demasiado formales, aburridas. Antes del segundo partido de Argentina vas a ver eliminado por goleada al último campeón, te va a dar un poco de pena por los jugadores, nada más. 


Segundo partido

El segundo partido lo vas a ver entero, sola, en tu casa, en compañía de tu computadora. Te vas a indignar con el abuso de sarcasmo y mala leche de las estrellas de Twitter que se creen que la ironía es un gran valor. Vas a dejar de seguir a unos cuantos. Las redes sociales, los comentaristas de la transmisión y los periodistas deportivos mostrarán un gran consenso sobre la mala actuación del equipo y del entrenador, por momentos más del equipo, por momentos más del entrenador. Lo de siempre. Vas a necesitar contrarrestrar la pelota de mala onda expansiva de críticas que considerarás destructivas y vas a opinar de fútbol en las redes, sí, creeme, lo vas a hacer. Argentina va a ganar en el último minuto con un gol del mejor jugador del mundo. Otra vez vas a ser feliz por él, por la cuota de presión que descargó después de un cero a cero que parecía impenetrable. Vas a empezar a escuchar a Juan Pablo Varsky con más atención. Para matar el tiempo hasta el tercer partido, vas a mirar partidos de otras selecciones: Inglaterra, Italia, Estados Unidos, Corea del Sur, Portugal, México, cualquiera te va a venir bien. Vas a empezar a familiarizarte con conceptos que habías olvidado: Man of the Match, Zona mixta, Tiro desde el punto penal (no penal, a secas) o Terna arbitral.


Tercer partido

Vas a seguir la rutina y al tercer partido también lo vas a ver sola, en tu casa, en compañía de tu computadora. Argentina va a arrancar ganando con otro gol del mejor del mundo. Las redes sociales y los comentaristas de la transmisión le van a dar tregua a la mala onda porque lo único que les va a gustar es que el equipo sea ofensivo. Algunos llegarán a adjudicarse como propios los cambios planteados por el entrenador, “Entendió lo que todos pedimos, lo que es mejor para el equipo”, van a decir. Por un rato, el partido va a ser una ida y vuelta de gol, empate, gol, empate, gol. El segundo gol de Argentina también será del mejor del mundo. No vas a ser capaz de darte cuenta de que es diferente, de que es, justamente, el mejor, porque se va a mover como pez en el agua, para vos van a ser movimientos fluidos, naturales, sin ostentaciones, como son todas las cosas cuando están bien hechas. El tercer gol será del desconocido del primer gol del primer partido, que, para esa altura, ya habrá dejado de ser tan desconocido. Vas a estar contenta, completamente instalada en la fiesta mundialista. Argentina será primera del grupo. El rumor colectivo de detractores va a decir que Argentina tuvo el grupo más fácil de la copa, que le tocó jugar con los peores y no pudo golear a ninguno. La sed de goles los va a tener a mal traer. De este partido saldrá un sex-symbol morocho, de pasado estético dudoso y con muchos tatuajes en el cuerpo. Vas a gustar un poco de él, sobre todo por su desfachatez. Vas a conocer la palabra “meme”. Si no la recordás, refiere a las fotos y videos trucados destinados a divertir, son chistes. El jugador sex-symbol va a protagonizar unos cuantos, incluso se va a atrever a tirarle dos chorritos de agua a la cara del entrenador. Esto no lo dije antes: el entrenador va a ser serio y de perfil bajo. Eso te va a gustar. No te gustan los mandaparte.


OCTAVOS

Vas a sufrir. Los nervios van a pasar de muestras punzantes en la zona abdominal a contracciones de verdad. Como cada vez que se te juegan cosas importantes, vas a revivir la sensación de miedo que te descompensaba los fluidos antes de cada partido de Pelota al cesto de las Gimnasiadas de secundaria, cuando eras atacante y tu función era embocar la pelota todo lo que pudieras, confundir a las marcas, estar atenta a los rebotes y ejecutar los saltos que ganabas por alta. Otra vez vas a ver el partido sola, en tu casa, en compañía de tu computadora. No vas a ser la excepción en eso, como todos, vas a necesitar aferrarte a pequeños rituales. Como no vas a tener camiseta celeste y blanca ni gorro o vincha, te vas a pinchar la escarapela en el pullover. Va a ser un partido duro, “cerrado” dirán los expertos, “horrible” dirá el rumor colectivo de detractores. Va a haber alargue (¿te acordás de eso?, dos tiempos suplementarios de 15 minutos cada uno). No lo vas a mirar. No vas a dar más. Vas a cambiar de canal para intentar distraerte con informes acerca de la evolución de algunos participantes del concurso de baile más famoso de la televisión. Un grito de gol te va a cortar el sufrimiento cuando falten sólo dos minutos para que termine el partido. Vas a volver a sintonizar para ver la repetición. Va a ser así: el mejor jugador del mundo le va a pasar la pelota de manera verdaderamente formidable a un jugador de nombre bíblico, muy reconocido por su rendimiento futbolístico y por su cara fea (a vos no te va a parecer tan feo). Y esta parte va a ser hermosa: el autor del gol va a correr mirando hacia la tribuna con las manos dispuestas en forma de corazón; sé que te va a encantar eso. Tomá nota, esto es importante: a partir de esta instancia vas a necesitar, cada vez con más frecuencia, buscar el canal histórico de los torneos y competencias para revivir el triunfo, escuchar las conferencias de prensa y otras cosas por el estilo. Vas a seguir leyendo las crónicas literarias mundialistas pero no te van alcanzar, estarás ávida de más, entonces vas a empezar a recurrir a columnas de especialistas en canchallena.com que, en pocos días, se habrá convertido en el sitio más visitado de tu historial de Google Chrome. Sí, canchallena.com. Vas a mirar casi todos los partidos de octavos, te lo tengo que decir. Escuchar a Juan Pablo Varsky cada mañana se va a convertir en una obligación. Lo vas a sentir afónico y esperanzado. Entredormida, con su voz de fondo, vas a soñar que te pusiste de novia con él.


CUARTOS

El día del partido de cuartos te vas a despertar con un coro de sonidos de whatsapp. Tus amigas de secundaria van a armar un grupo al que denominarán Costa Esperanza en honor al nombre de una tira adolescente sobre un grupo muy grande de amigos. Tu grupo va a tener catorce miembros. Van a decir que quieren que comenten juntas el partido como si estuvieran otra vez en Italia ’90. Va a sonar de manera intermitente con muchos comentarios no referidos al mundial, y, eso sí, fotos de las previas con todos los hijitos preciosos decorados de celeste y blanco. Cuando empiece el partido vas a sentir que las querés mucho pero que necesitás silenciar el grupo porque no podés seguir el hilo de las conversaciones cruzadas. Cada tanto, muy cada tanto, vas a intervenir con algún emoticón para que sepan que estás viva y que seguís formando parte de Costa Esperanza. Una vez más te vas a sentar frente al televisor con tu computadora sobre las piernas y la escarapela pinchada en el pullover; esta vez con bastante anticipación para empaparte bien de la previa televisada. Vas a twittear que estás sufriendo mucho, muchísimo. Vas a escribir, incluso, que no tenés recursos psicológicos para soportar el partido de cuartos, sobre todo porque, según vas a escuchar, este será el partido decisivo. Vos no te vas a acordar así, de manera indeleble como los fanáticos de verdad, que Argentina llevará más de veinte años sin superar el partido de cuartos, pero a partir de ese día la cifra se quedará instalada en el ambiente como la marca de hierro caliente en el culo de las vacas. Argentina va a arrancar ganando con un gol del jugador número 9. Un goleador marcará su primer gol de la copa en el quinto partido y el rumor colectivo de detractores va a decir que por fin, que ya era hora, que el culo le pesa y otras cosas así. En la jugada van a participar el mejor del mundo y el jugador que festejó el gol del partido anterior con sus manos dispuestas en forma de corazón. Este partido le va a costar una lesión, va a dejar la cancha llorando, vos también vas a llorar. No vas a poder terminar de mirar porque, otra vez, no vas a dar más. Vas a seguir el final por Twitter. Argentina va a ganar el partido de cuartos por primera vez en más de veinte años, la cifra fatal, la marca superada. Vas a volver a sintonizar para ver la escena. Va a ser así: los jugadores, por primera vez en la copa, van a festejar con los hinchas, van a cantar la canción contagiosa que bardea al rival histórico, van a llorar, van a saltar, van a revolear las camisetas, se van a desahogar, todos, el mejor del mundo también se va a desahogar y vos vas a estar feliz por él otra vez, porque va a descargar otra cuota de presión en ese festejo. Te vas a emocionar. Vas a hablar de fútbol con otras personas, con el encargado de tu edificio, con tu psicólogo, con uno de tus clientes. Sí, creeme, lo vas a hacer. Te vas a quedar pegada al canal de los torneos y competencias hasta que termine el mundial. A partir de este partido, el rumor colectivo de detractores va a insistir con la teoría de que el mejor del mundo no aparece, le van a tirar gerundios como “palideciendo” o “desluciendo”, y todos los elogios van a ir a parar al número 14 al que bautizarán como León, o Jefe, o Capitán sin cinta. Vas a dejar de escribir. Vas a dejar de trabajar. Pero te vas a perdonar la improductividad porque Argentina va a estar entre los cuatro mejores del mundo. 


SEMIFINAL

La primera semifinal la jugará el rival histórico de Argentina contra un equipo que va a salir a la cancha con ánimo de matar. El rival histórico va a perder por una goleada también histórica. La pelota va a entrar en el arco muchas veces en muy pocos minutos mientras la cámara muestre a los hinchas desconsolados, desconcertados. Te vas a conmover, a vos no te gusta ver gente llorar. Los jugadores van a querer irse rápido de la cancha para no seguir recibiendo goles y la horda fanática de argentinos va a multiplicar orgasmos de 140 caracteres por la humillación del rival histórico. Vos te vas a indignar otra vez. Vas a decir que no te gustan las burlas y las burlas te las vas a comer vos.
Al otro día, vas a ver la semifinal de Argentina con algunas amigas en la casa de una de ellas. Te va a costar la decisión de salir de tu bunker. Vas a estar muy acostumbrada a sufrir los partidos en soledad, a ser libre para cambiar de canal o para poner música fuerte cuando los nervios no te dejen mirar más. Pero después vas a entregarte al ritual de compartir la experiencia con personas, no con redes sociales. Vas a llegar a ese momento con mucha esperanza, habiendo rescatado de tu memoria algunas imágenes de México ’86. No muchas, no vas a querer envalentonarte, vas a ser cauta, vas a querer ir partido a partido, igualito que el entrenador de la selección. Del partido vas a ver sólo cinco minutos. No vas a soportar la tensión del cero a cero infinito. Eso sí, lo vas a escuchar con el bebé de tu amiga en brazos jugando a hacer morisquetas frente al espejo y diciéndole al oído que no se asuste cuando todos griten gol. Vas a confiar. Vas a tener algunos momentos de respiro: cuatro descansos entre tiempo y tiempo de juego, antes de los penales. En cada uno de esos descansos, el pulmón de manzana de Barrio Norte se va a llenar de música de trompetas. Vas a soltar al bebé y vas a salir a ver la escena increíble. Va a ser así: dos chicos trompetistas van a tocar primero el himno nacional, después el himno bardero del mundial, después el himno clásico alentador vamos vamos y al final el cantito del sentimiento nacional que no puede parar. Los otros balcones de todo el pulmón se van a poblar de a poquito en el primer descanso, en los otros van a salir todos a la vez, como un gran ritual colectivo. Van a cantar, a golpear cacerolas, a revolear banderas. Vas a cantar vos también el himno bardero porque ya no te va a importar más alentar a tu equipo criticando a los demás. Te vas a rendir, vas a querer formar parte de todo eso. A los penales te los vas a bancar, abrazada en media luna con todas tus amigas. Vas a gritar los cuatro goles de Argentina y las dos atajadas de tu arquero gigante vestido de amarillo. El bebé de tu amiga va llorar de susto con cada grito. Al final, el concierto de trompetas va a estallar por última vez. Te vas a enamorar de ese momento y vas a soñar con Argentina campeón.


FINAL

Acá sí vas a soltar la cautela. Vas a repasar en tu mente todas las escenas que recordás de la final de México ’86. La casa de Enrique con tus primos, el living grande con olor a madera y a blem, las facturas de Vilano, el doverman corriendo frenético y rascando los vidrios del ventanal grande absorbiendo la adrenalina del ambiente, el empate del segundo gol de Alemania, Adriana confinada a la cocina con el título de mufa, el festejo del gol de Burruchaga, las vueltas en el centro todos trepados en la chata de Mariano, las bocinas, el papel picado, el trabajo del colegio que hiciste con Mariela, ese que encarpetaron en tapas de cartulina recortadas con la forma de México. ¿Sabés qué te va a pasar? Vas a recuperar una sensación, un significado, pero no vas a poder describirlo. Ojo, esto no te va a pasar solamente a vos. Va a crecer y se va a desparramar con la velocidad de un virus. Los creativos de las redes van a lanzar al espacio cibernético un sinnúmero de compilados emotivos que vas a mirar con avidez y lágrimas. Te vas a detener especialmente en uno que va a mostrar una edición hermosa de coincidencias entre México ’86 y los partidos de este mundial con la voz de Gustavo Cerati cantando lo que vos y todos van a querer escuchar: Similitudes que soñás / lugares que no existen vuelves a pasar / vuelve la misma sensación / esta canción ya se escribió / cerca del final / sólo falta un paso más / siento un deja vu / deja vu. El canal de los torneos y competencias va a ser tu música de fondo, de día y de noche, durante los tres insomnios que vas a tener que atravesar, muerta de ansiedad. Vas a leer todos los links que tengan que ver con el último partido. El rumor colectivo de detractores va a poner pausa por unos días, hasta te va a parecer que se transformó en esperanza y súplica y pedidos de perdón. Eso sí, todavía van a seguir esperando el milagro del mejor del mundo y desconfiando del equipo. Entonces, para contrarrestar, vas a entrar a sport.es porque en Barcelona querrán que gane el equipo del mejor del mundo y hablarán bien de Argentina.
Vas a ver la final en la misma casa de Barrio Norte donde viste la semifinal para repetir la misa de trompetas y cacerolas del pulmón de manzana. Vas a confiar. Vas a mirar el partido con el bebé de tu amiga durmiendo sobre tu panza. Te lo vas a bancar. Vas a gritar un gol del jugador número 9 que no fue, fijate bien que va a estar adelantado. Vas a confiar. Vas a ver al mejor del mundo esforzarse por quitarse del todo la presión que tiene encima, va a tener arcadas, va a vomitar como si nada, como si fuera normal, en dosis de escupidas blancas aerodinámicas y prolijas para no preocupar a la montaña de presionadores. Argentina va a perder cuando falten sólo siete minutos para que termine el partido. Te lo tengo que decir. Va a ser así. Vas a seguir mirando un ratito, con dolor, a vos no te gusta ver gente llorar. Vas a apoyar todas las muestras de agradecimiento de las redes sociales, vos también vas a agradecer. Vas a querer que el rumor colectivo de detractores no presione play pero será inevitable. Parece que el fútbol es así.