lunes, 2 de diciembre de 2013

Yo también piso el palito y hablo de Wanda

Marina Calabró habla de Wanda. Dice que hizo dos tapas de Gente al hilo y, según parece y ella afirma desde su lista imaginaria de informaciones chequeadas, ni Susana, que es la diva de las muchas tapas, de la mayor cantidad de tapas, tuvo, como Wanda, dos al hilo.

Santiago del Moro habla de Wanda. Como buen moderador, preserva su rol de conductor querido y evita dar su opinión; se limita a hacer hablar al Señor de los Rumores. Entonces repone un audio del programa de radio de Jorge Rial. Wanda dice que Mauro es un amigo de la familia, más de Maxi, menos de ella, quiere dar a entender. No es clara. Rodea las palabras. Mezcla risitas. Se pone solemne. Quiere que sepamos que está recién separada y triste. Muestra el cansancio, el esfuerzo de acarrear su vida en la primera clase de un vuelo Italia - Argentina. Trae tres hijos, mucha ropa, muchos zapatos, muchas carteras, y el cerebro hirviendo de ideas sobre cómo retomar el marketing de sí misma. Somos amigos, nos consolamos, dice Wanda, del morocho de veinte que se mandó, con los huevos atragantados de leche, y le declaró su amor al mundo en un tweet desbocado. Su amor por Wanda. Wanda. La reina del sexo oral filmado en tierras rioplatenses. La reina de crearse a sí misma, como una gran inventora, en la escalada de su Paseo Inmoral. Wanda sabe que la claridad es enemiga de la creación que hizo de sí misma. Por eso, cuando Jorge Rial, el más astuto de sus cómplices en la carrera de inventarse, decide salir de la rueda de ambigüedades y le hace la pregunta directa, Wanda suspira, maneja la expectativa de la audiencia con los segundos justos de silencio, hasta que suelta: No sé qué decirte, Jorge. Wanda no sabe qué decir de Mauro y de la declaración de amor de Mauro. Wanda le abre el coco al mundo, otra vez, para que germine el morbo. Y el morbómetro explota, alimentado por los tópicos infalibles que Wanda, otra vez, insisto, nos ofrece: traición, triángulo amoroso con el mejor amigo de Maxi, el rubio insípido que no tiene nada que hacer al lado del morocho lindo, pensamos todas cuando escuchamos a Wanda decir: No sé qué decirte, Jorge.

La Negra Vernaci pisa el palito y, también, habla de Wanda. Le apoya sus fauces al micrófono para gritar ¡Puta! Puta se llama señores, puta. La Negra se va de boca y tiene que pedir perdón, en una nota que le sacan con forceps, ese mismo día, a la salida de la radio. Sabe que se fue de mambo. Se enoja con Wanda porque la hace quedar en evidencia, porque cuando grita ¡puta! también descarga su envidia por las mujeres jóvenes, de carne firme, con una larguísima carrera de petes hechos y por hacer, e incontables millones por cobrar.

Matías Martin, también, pisa el palito y habla de Wanda. Tiene permiso porque lo suyo es el deporte y, como todos sabemos, Wanda es una botinera de ley, nacida de una foto con la camiseta del Diez, de Dios. A Wanda la parió la imagen de sus tetas adolescentes bamboleándose debajo del género sagrado. Adolescentes y vírgenes, se encargó de estampar Wanda en la tapa de una revista de chimentos primero, y en el morbo nacional después. Se recibió de botinera a los pocos años, cuando supo casarse con el primer futbolista cotizado en euros que necesitó autoafirmarse con una esposa rubia infartante de perfil alto. Y, ahora, se las ingenia para separarse con la cuota de escándalo que se merece: triangulando su culo entre dos futbolistas, amigos, muy amigos, entre sí. Entonces Matías se justifica. Dice que el triángulo amoroso, la traición, son temas universales. Se pone empático, como es él, perfecto para hablar de cada tema que le cae a la lengua. No se juega. A Matías le cuesta jugarse. Dice que no quiere emitir un juicio porque no sabe cómo reaccionaría él, si fuera protagonista de una historia similar. Habla de esto, no habla de fútbol. Pero para quedar menos expuesto, porque lo suyo es el deporte, porque la chismografía es especialidad de otros, dice que el novato de veinte años se quemó la posibilidad de jugar para Argentina en un mundial. Habla de Códigos. No entiendo cuando dice eso. ¿No estába hablando del triángulo Maxi-Wanda-Mauro?, pienso. Decido subir el volumen de la radio y prestar más atención. Parece que hay una construcción hipotética en el discurso de Matías. Matías dice que si Maxi jugara en la selección, Mauro no tendría lugar ahí. Me da risa la vuelta que necesita hacer para meter el deporte en su relato y, así, sentirse justificado para hablar, él también, de Wanda.

Yo, también, piso el palito y hablo de Wanda. Soy mujer, como la Negra. Me vuelvo más envidiosa del género femenino cuanto más años cumplo. Tengo una carrera universitaria. Muchas, muchísimas horas culo de estudiar y trabajar. Muchas, muchísimas menos horas culo de coger. Lástima. Ningún marido y ningún hijo. Wanda, siempre, me pareció fea, puta, interesada y conventillera. Miré con sorna cada una de las tapas de las revistas que nunca compro pero me ocupo, cada miércoles, de chusmearles los titulares. Devoro más libros de los que puedo asimilar. Devoro, también, más películas de las que puedo procesar. Necesito demostrarme a mí y a mi pequeño mundo que soy inteligente, sensible y más o menos culta. Disimular mis ganas de eterna juventud, mi obsesión por lo superficial. Hasta que miro las fotos de Wanda, mejorada por la plata y la buena producción de las revistas, que saben muy bien cómo embellecerla para vender muchos ejemplares, y fantaseo, ansío que me produzcan a mí, que me embellezcan, que me saquen fotos sexis, y tener mi Paseo Inmoral, y que dos hombres, amigos, muy amigos, se peleen por mí.

Luciana.

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