martes, 27 de diciembre de 2011

veinteonce

Brindé con dos amigas debajo de un árbol gigante en un barcito casi desierto de La Pedrera.
Leí media Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, en un chiringuito, con Drexler de fondo y Pilsen de compañía.
Afiancé amistades nuevas.
Descuidé amistades viejas.
Leí dos cuentos en la Radio de la Ciudad.
Planeé vacaciones en un barcito de San Telmo después de ver al Dante en La Trastienda.
Me dijeron "¿cómo está mi barbie?" en una playa del caribe mientras me servían una piña colada adentro de un coco.
Viajé en una lanchita de nombre Stefány,
me empapé en una lanchita de nombre Stefány,
mi celular azul se murió en una lanchita de nombre Stefány,
mi amiga E. se atrevió a patotear a un negro de dos metros por uno, antes de emprender el regreso en una lanchita de nombre Stefány,
y me reí.
Leí la biografía de Reinaldo Arenas,
y reviví el Antes que anochezca,
y me volví a enojar con Cuba,
y con Fidel,
y con las persecusiones injustas,
y lloré.
Tomé un tazón de chocolate con cognac en un barcito de La Candelaria en Bogotá,
y bailé ballenatos,
y tomé aguardiente,
y miré la Cadena Caracol,
y comí una arepa,
y subí a Monserrate,
y me aluciné con Andrés Carne de Res,
y descubrí que en Bogotá llueve siempre,
y que la lluvia le sienta bien a Bogotá,
y posé en estado de shock para la foto en la Plaza de Bolívar,
tapizada de palomas,
debajo de un paraguas amarillo,
mientras seguía lloviendo en Bogotá.
Escribí un cuento de 17 páginas,
y lo leí,
y lloré cuando lo leí.
Vi 33 películas en los 11 días que duró el Bafici,
y descubrí que el vértigo no es miedo a la altura sino atracción a la caída,
y me enamoré de un Amateur de super 8,
y de Las marimbas del infierno,
y de Yatasto.
Extrañé Casi Ángeles.
Puse televisión por cable.
Me hice adicta a una serie adolescente en canal Glitz.
Conocí a César Aira.
Vi y escuché a la Big Band más de 3 veces,
y a Martín Buscaglia,
y a Les Mentettes,
y a Jamiroquai,
y a Ana Prada,
y a Puente Celeste,
y a Eugenia Brussa,
y a No Chilla,
y a Bomba Estéreo,
y a La Mala,
y a Interpol,
y a otros más.
Leí La historia del pelo primero, y La historia del llanto después,
(vi a Alan Pauls de lejos, en el shoping del Abasto).
Hice de madre dos amaneceres.
Abrí este blog.
Esperé el nacimiento de Renata,
fui feliz cuando nació Renata,
y lloré,
y me reí.
Cumplí 37 años,
cumplí 37 años arriba de un avión que me llevaba a España,
el día que cumplí 37 años subí a otro avión que me llevó a Londres,
y tomé el Underground,
-primero la línea azul, después la línea verde-,
y conocí Notting Hill,
y el mercado de Portobello,
y el Big Ben,
y la Trafalgar Square,
y el Puente de Avignon,
y el Puente de Londres,
y el sol de Londres,
y la lluvia de Londres.
Viajé en tren de Londres a Brusellas.
Viajé en tren de Brusellas a Brujas.
Paseé por los canales,
y caminé,
y festejé mi cumpleaños de 37 en un Irish Pub,
y me reí,
y disfruté.
Viajé en tren de Brujas a Brusellas.
Viajé en tren de Brusellas a Amsterdam.
Volví a pasear por los canales,
y viajé en tranvías azul y blancos,
y me pasé una estación,
y conocí el Redlight District,
y comí queso gouda,
y visité el museo de Van Gohg,
y flasheé,
mucho flasheé,
flasheé con las bicicletas,
-racimos de bicicletas,
hordas de bicicletas,
millares de bicicletas-.
Viajé en tren de Amsterdam a París.
Me estremecí al entrar al Gare du Nord,
y caminé París,
y enmudecí debajo de la Torre Eiffel,
y presencié una rave en La Bastille,
y reviví la historia de los Luises en Versailles,
y pasé una noche en el hotel más lindo,
y me bañé con aceite de rosas en el hotel más lindo,
y comí fromages y tomé muchas tazas de chocolat,
y compré dos libritos que no llegué a regalar,
y subí a Montmartre,
y caminé por los Champs de Mars,
y me senté en el bar Le Polichinelle y me cantaron unos señores con violín, guitarra y contrabajo,
y me reí,
y decidí volver siempre a París.
Viajé en avión de París a Valencia,
y me reencontré con mi amiga J.,
y con mi amiga P.,
y fuimos de bares,
y de tapas,
y palpité un Barcelona- Valencia en las afueras del Mestalla,
y comí paella
-sí, comí paella-,
y conocí castillos en ruinas,
y la plaza de toros,
y la ciudad de artes y ciencias,
y me reí,
mucho me reí,
y supe que el sol viven en España.
Viajé en avión de Valencia a Palma de Mallorca,
y me reencontré con mi amiga L.,
y su marido J.,
y sus dos hijitos,
y volví a recorrer un pedacito de isla,
y estaba toda igual,
pero más linda,
y prometí volver en abril,
-sí, en abril-.
Presencié el regreso de IKV,
y bailé,
y canté,
y desbordé.
Me perdí el Festival de Cine Escandinavo.
Hice muchos regalos.
Sufrí muchos insomnios.
Me emborraché más de lo que hubiera querido,
demasiado más,
inmediblemente más.
Leí La Ciudad y los perros y volví a comprobar la genialidad de su autor.
Salí con amigos,
nuevos y viejos.
Amé a mis sobrinos.
Vi el Diario de Bridget Jones más de 4 veces.
Leí a Puig,
y a Bolaño,
y a Murakami,
y a Aira,
y a Pauls,
y a Vargas Llosa,
y a Clarice,
y a Alejandra,
y a Inés Estévez,
y a Robertita,
y a Kawabata,
y a Restrepo,
y a otros más,
-muchos más-.
Estuve triste,
y me angustié,
y me pregunté,
y me enojé,
y me sarpé.
Pero también
me relajé,
y disfruté,
y estuve feliz,
muy feliz.


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