domingo, 4 de noviembre de 2012

es domingo santo

Es domingo santo.
Arrivo a Buenos Aires
a las 8:03AM.
Espero al remís que no
entendió nada del horario
que le pasé ayer por mensaje
de texto.
Tomo dos cajitas de cindor,
cuestan más pesos que mis
últimos 6 euros.
Me pesan las ojeras
(soy más ojeras que yo).
Me suena el celular.
"Hola soy Luis,
hace media hora que estoy".
Odio a Luis por la
media hora de espera
que me va a cobrar.
Me odio por no tener
compulsión de llamar,
de verificar,
de comprobar.
Dejo que Luis y su flacura
carguen mi valija de 51kg;
lo castigo.
Me entreduermo durante
casi todo el viaje.
Llegamos.
Me arrepiento un poco
de ser mala y le cuento que
España es muy lindo pero
que extraño mi casa.
Le doy un beso con
cara de perdoname,
ya sabés que soy medio
bruja; me sonríe y
se va.
Subo.
Me desnudo y me baño
con los ojos cerrados.
Me meto en la cama
sin ropa; las sábanas
huelen a suavizante.
Amo a Niní por entender
mi mensaje de texto
y cambiarme las sábanas.
Sueño con olor a mariscos,
grúas amarillas entre picos
inconclusos de la
Sagrada Familia
y ruido a señoritas de
estaciones de tren que
dan avisos por altavoz
en catalán.
Me levanto.
Me pongo ropa de verano
que me tape las
piernas sin depilar.
Salgo.
Camino cinco cuadras en
pendiente por Rodríguez Peña.
Respiro Buenos Aires.
Lleno mis pulmones del
smog de Buenos Aires
y del olor a café expreso
del bar porteño que no
combina con el barrio
paquetón adonde vivo
y es como un grano insolente
y precioso
entre dos locales de ropa
importada de señoras.
Entro al supermercado.
Mientras pago
decido ir al cine a
ver una de Jorge Drexler
y Valeria Bertuccelli
que acaba de estrenar.
Me siento en la sala
(somos cuatro más y yo).
Es domingo santo.
Soy feliz.
Estoy en casa.


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